
MARTÍN GARDELLA (La Plata, Argentina, 1973.), del libro “Los chicos crecen”, Editorial Macedonia, Buenos Aires, 2015.
EL PASATIEMPO
En la plaza de un pueblo desértico hay un extraño carrusel en el que el tiempo avanza misteriosamente a medida que el círculo se mueve en el sentido de las agujas del reloj. Cada vuelta sobre su eje equivale a un año calendario.
Al principio es divertido ver como los niños se transforman en adolescentes. Es incluso emocionante para algunas madres poder ver que sus hijos conservan esas alegres sonrisas juveniles a pesar de las canas. Es aterrador, en cambio, cada vez que aparece algún caballo de madera dando la vuelta, ya sin su jinete.
PEQUEÑA GUÍA PARA CONSERVAR LA BUENA SUERTE
Para asegurarse una vida sin desgracias, usted no debe cruzarse con un gato negro, pasar por debajo de una escalera, romper un espejo, barrer de noche, cortar una cadena de la felicidad, levantarse con el pie izquierdo, coleccionar caracoles de mar, abrir un paraguas dentro de la casa, sentarse a una mesa de trece personas, brindar con agua, derramar la sal, ver a la novia antes de la ceremonia, ni leer este instructivo.

Oír radio
Oír radio es lo más parecido que hay a escribir o leer. P.Q.
En la calle donde yo vivía había una casa que siempre estaba cerrada. ¡Herméticamente cerrada! ¡Nunca se vio a nadie entrar o salir de ella! Pero se decía que allí vivía un ancianito que era escritor. Constantemente, a toda hora, de día y de noche, se oía sonar una radio en su interior. En las noches y madrugadas la radiecito despedía su aroma sonoro, que se metía, como el perfume de una extraña rosa, en todas las casas del barrio. Hasta que un día decidí averiguar. Escalé el muro y salté al interior de la casa. Cuando caí produje un ruido parecido al de los mangos maduros al estrellarse contra la tierra húmeda. Enseguida, el viejito, que oía radio sentado en una mecedora, al lado de una muda planta de grandes hojas en forma de corazón, giró su cabeza hacia mi como una nariz que busca un aroma en el aire. Entonces vi sus grandes lentes oscuros: era ciego.
Autor: pedro Querales
Me gustaMe gusta